viernes, 17 de diciembre de 2010


A mí no me engañas. Hace tiempo que descubrí que la verdad sobre Caperucita y el lobo es que ella se lo comió. Hace tiempo me di cuenta que la manzana envenenada no era más que un alucinógeno que nos transportaba durante un rato al país de los sueños dormidos. Hace mucho que sé que Eva no nació de la costilla de Adán. Si acaso hubo alguna costilla de por medio fue la que se comieron alrededor de una hoguera mientras cantaban noséquécanción.
Así que ahora no me vengas con abrazos de agua que se escabullen en cuanto intento atraparlos. No me vengas con besos guardados en cajitas con lazos rojos porque sé que dentro no hay más que espinas. No me vengas con ronroneos en los tejados. Yo fui la que te inventé, chaval. Así que a otra con ese cuento de príncipes y princesas. No eres más que la efervescencia de una botella de medio litro de coca-cola: momentánea.
Yo te enseñé a mentir. Te enseñé a que no me creyeras en nada. Te enseñé a no creerte mis te quiero, mis besos y mis parpadeos. Y también te enseñé a no creerme cuando te dijera que no me creyeras. Así que, ¿qué moto intentas venderme ahora?

No, yo no me dejo engañar. Y si piensas que voy a responder a tu contoneo con un vaivén de miradas, lo llevas claro.
Sí. Me voy a poner mi vestido de color rojo. Con mucho escote. Que lo que no sale a la luz se pudre. Me voy a subir a esos tacones con los que apenas puedo dar dos pasos. Y pienso echar el polvo de mi vida al primer desconocido que no me prometa que ese será el mejor polvo de mi vida (¿y tú qué sabrás?).

No hay comentarios:

Publicar un comentario