
- ¡Eh! ¿Quién te la ha regalado?
- ¿Él?
- ¿Lo está intentando de nuevo?
- Sí, sí, él, una rosa. ¡Si acaso un cardo seco!
Y todas a reírse. Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: "Entre los obstáculos del corazón, hay un principio de alegría que me gustaría merecer", y después tiraría los pétalos por la ventana y el viento se los llevaría. Podía ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden, que leyese la frase y que me viniese a buscar. Él quizá... Pero, ¿quién es él?
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